He leído en “El País” de hoy un artículo publicado con motivo del asunto de los crucifijos en los colegios, en el que se cuenta que un profesor de religión del Instituto de Enseñanza Secundaria Nuestra Señora de La Almudena de Madrid decidió en 1992 colgar un crucifijo en la sala de profesores, a lo que respondió más tarde un profesor de filosofía, con el objeto de dar una réplica, colgando un retrato de Marx.
Estoy convencido de que enfocar este asunto como lo hizo el profesor de filosofía de aquel centro es errar el tiro, ya que lo contrario a colgar un crucifijo en un aula (o en la sala de profesores) es quitarlo y no colgar nada ni a su lado, ni en su lugar.
Además, hasta donde yo se, ser cristiano y ser marxista no son precisamente dos cosas opuestas. Creo que Jesús de Nazaret animaba a los ricos (corríjanme los versados en los evangelios si me equivoco) a que se desprendieran de sus riquezas y las repartieran entre los necesitados antes de dejar el mundanal ruido y seguirle por el orbe predicando el amor, la igualdad y la fraternidad entre todos los seres humanos. A mi esto me recuerda ineludiblemente al concepto de reparto de la riqueza mundial hacia la que apuntaban Marx y sus seguidores como remedio a la pobreza y las desigualdades.
Por cierto, llegados a este punto me pregunto porqué los ministros de Dios en la tierra, no son, por lo expresado antes, marxistas o al menos por qué la Iglesia siempre se ha opuesto al marxismo y por qué han estado siempre tan alejados de las tesis del fundador de su fe, habida cuenta de que la jerarquía católica, en cuestión de política siempre se alinea (a la historia de nuestro país me remito) en defensa de los intereses de los que más tienen. Una paradoja que las habituales soflamas del cruzado Monseñor Rouco no parecen poder explicar.
Como decía antes lo apropiado es no colgar nada en las aulas, ni crucifijos, ni nada que tenga que ver con creencias religiosas ni con consignas políticas. No entiendo a qué tanto revuelo por una cuestión que no ofrece lugar a dudas, este Estado es aconfesional y sus instituciones no pueden hacer ostentación, por tanto, de símbolos de religión ninguna.
La educación es la más importante de las instituciones del Estado, ya que se ocupa de formar a los ciudadanos que tendrán que administrarlo en el futuro y embellecerlo para los que vengan detrás. Por mucho que cierto artículo de nuestra constitución, amén de una redacción tan ambigua como dudosa, sirva como excusa a los integristas más exacerbados para defender la predominancia de la doctrina católica, tenemos que reivindicar una enseñanza completamente laica y científica. Solo manteniendo estas premisas seremos capaces de formar mentes preparadas para razonar sin aprioris ni dogmas de fe. Y de las cuestiones de conciencia religiosa, que se ocupen las familias y las iglesias, (o los colegios religiosos) que es lo suyo.
Hay un padre español que ha decidido sacrificar su anonimato y su intimidad para luchar por la defensa de sus intereses y sus derechos y los de su familia y ha optado por ir hasta el final pese a la presión de los más reaccionarios. Las leyes están de su parte. Ahora los jueces, también. No se me ocurre razón de mayor peso para apoyarle. Yo estoy con Fernando Pastor.
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