Dejando de un lado la controversia sobre quien organiza o no las algaradas de violencia callejera a que se hace mención en diversos comentarios y tendiendo en cuenta que el fenómeno de la violencia es preocupante en tanto en cuanto lleva implícita la semilla aletargada de desórdenes pretéritos que creímos por algún tiempo superados; teniendo en cuenta, además, la máxima de que la violencia es violencia siempre y es denostable tenga el color que tenga, parece que la única realidad inapelable es que en un estado de derecho como el nuestro, que aporta toda clase de garantías e igualdades, el diálogo y el acuerdo son las únicas vías que parecen llevarnos al verdadero progreso de las ideas, las leyes y los espacios comunes de convivencia.
Entonces, si nuestro sistema político posee las claves para el entendimiento y la coexistencia pacífica mediante la confrontación democrática de las ideas ¿Qué razones son las que llevan a una persona a comportarse violentamente? ¿Existen motivos reales y demostrables que sitúen alguna creencia o ideología fuera del marco del sistema establecido, precisando de un comportamiento violento para su defensa o patrocinio? Sinceramente creo que no, pero la respuesta profunda y meditada de ambas cuestiones exigiría más un estudio y unas reflexiones que por su extensión exceden con mucho la intención de estas líneas.
Lo que parece claro es que, cuando brota la violencia tal como la estamos viendo aquí, a menudo es necesaria la confluencia de diversos factores, como son, la existencia de colectivos sociales inadaptados, en riesgo de exclusión social o con un perfil sociocultural bajo en primer lugar y un detonante, que muchas veces es la rivalidad en el deporte de masas, el alcohol o las diferencias territoriales.
No creo que el problema tenga una solución definitiva fácil, pero se puede erradicar o por lo menos mitigar hasta convertirlo en algo tan residual que parezca anecdótico. Estoy convencido, empero, de que el problema de estos brotes violentos tampoco ha de adquirir una dimensión social que no le corresponde en el seno de una sociedad madura en democracia como la nuestra y mayoritariamente pacifista. Más bien creo que los primeros colectivos interesados en que aparezca como un problema social de primer orden son, por un lado, los propios violentos y por otro, los políticos populistas que se aprovechan de la coyuntura para esgrimir argumentos de coerción social que conllevan a menudo la merma de las libertades públicas y la sustitución de la política de integración social por medidas de represión policial, que no conducen a la solución de los conflictos.
Esto no quiere decir que haya que ignorar estos brotes de violencia ni negar su existencia, como se ha hecho desde determinados sectores de la política, con intenciones dudosas o subrepticias. Es más, está en el ámbito de la política y en las competencias de quienes la ejecutan escoger el rumbo adecuado de las acciones que se tomen desde la administración para la resolución de este problema.
En el caso concreto de Alpedrete, tenemos graves carencias de articulación social, a falta de un tejido asociativo que dé cauce natural a la participación de los ciudadanos en el diseño de las acciones políticas de las que van a ser objeto. Con la intención de tener a la ciudadanía dividida y desorganizada y aligerarse del efecto corrector que sobre la política tiene la presión asociativa, se ha prescindido por completo de ese tejido y no se ha procurado su fomento, cuando no se ha obstaculizado su regeneración. Tengo, no obstante, que reconocer como ejercicio autocrítico, que la desorientación de una izquierda en la oposición que no ha sabido aún encontrarse a si misma tras un breve ensayo al frente del gobierno municipal y su consecuente desarticulación como alternativa clara ante los ciudadanos, ha contribuido a que el gobierno mayoritario del PP en el Ayuntamiento no haya encontrado obstáculo alguno para llevar a cabo sus actividades, haciendo de éstas un compendio de atropellos que en la mayoría de los casos quedan impunes, exceptuando aquellos –que los hay- en que han mediado sentencias judiciales, que no obstante han salido caras al bolsillo del contribuyente.
Si a esto sumamos la práctica inexistencia de política social, el desconcierto del consistorio en política cultural y de servicios y la falta de voluntad –o la incapacidad total- por llegar a las razones que están en la génesis de los problemas, tendremos el espacio adecuado para la aparición de las conductas violentas en un entorno en el que no se dinamizan los colectivos sociales ni se ofrecen alternativas de ocio al consumo de alcohol ni se diseñan actividades de integración o dinamización social.
Durante las pasadas fiestas patronales, los jóvenes del municipio no tuvieron mucho donde escoger: discoteca, toros o misas, en lo que sin duda supone la manifestación mas retrógrada posible de la España cañí que se pueda tolerar a cargo del erario público. ¿Hay alguien que, estando en su sano juicio, no comprenda el aburrimiento mortal de una juventud que se ve abocada de este modo a encerrarse en las peñas a beber alcohol, en algunos casos sin medida?
Tampoco es difícil situar los brotes de violencia acaecidos en un entorno semejante. No acuso al consistorio del fenómeno de la violencia en si, pero creo estar en lo cierto cuando apunto a la dejadez de los munícipes en cuestiones de juventud y de participación ciudadana como elemento potenciador del fenómeno. Incluso diría que se advierte una sutil forma de connivencia del equipo de gobierno con los violentos cuando, por omisión en sus obligaciones, en el reconocimiento del fenómeno en si, se facilita la impunidad de sus fechorías.
Es necesario, en primer lugar, para resolver un problema, reconocer que se tiene ese problema y después es necesario tener voluntad de resolverlo y, por supuesto, la capacidad de hacerlo. No veo ninguna de estas premisas en la actitud del equipo de gobierno del Partido Popular de Alpedrete. No veo más que un enrocamiento en una actitud obstinada de negación de los problemas con la machacona consigna de que “todo va bien, todo se está haciendo bien” cuando no se hace nada.
Y probablemente no se puede hacer nada más porque este gobierno municipal está hipotecado para todo su mandato gracias a una política presupuestaria neo conservadora que haría sonrojar al propio Keynes y que ha colocado la situación económica del municipio al borde del desastre. Con esta situación no debería sorprender que problemas como el de la violencia se hayan instalado aquí. Yo creo que con este equipo de gobierno lo peor está por venir.
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